martes, septiembre 28, 2010

Modesto III

El desayuno fue servido en silencio a penas unos minutos después del alba, Domitila se había levantado antes de que el sol terminara de asomarse y había revuelto las cenizas para prender fuego. Un pedazo de conejo, pan amasado y sopa de cebolla para Everaldo; para Modesto un plato de la misma sopa, un huevo cocido y una taza de café de trigo. En cuanto a María, la niña no despertaría sino después de una hora o más. Mientras servía a su marido e hijo, sorbía un mate con leche y azúcar y comía trozos de pan untados en una salsa de ají.

Afuera aún así frío y se sentía venir el otoño, aunque al mediodía estaría caluroso, pero ese día lunes Modesto estaría a esa hora en la escuela y no trabajando como si lo estaría haciendo Everaldo. En el campo de los Berrios se podía laborar bien, los patrones eran razonablemente amables e incluso dejaban que Modesto montara junto a los niños que vivían en la cazona o venían desde Santiago. Obviamente un muchacho grandote y fuerte tenía que llamar la atención de las niñas, incluso de las señoritas y el con un aire de torpeza distraída no se daba por enterado. Para él sólo existía su hermanita, a quien cuidaba y ensañaba todo lo que sabía. Pero él no sabía lo suficiente, sobre pájaros, campo, animales e incluso plantas, sí, sobre eso no tenía dudas ni que el Señor Flores sabía más que él. Claro que estaba lejos del abuelo o de su papá, pero aún así los niños Berrios lo miraban con la boca abierta cuando él manejaba caballos, cazaba o nadaba. Hablaba poco pero lo suficiente para que los niños de alrededor lo miraran con respeto; todos, salvo el chanchito. Pero a nadie podía importarle lo que pensaran el chanchito y el chilo, su padre.
- ¿Cuándo me dejará que la Mary vaya pa´ allá?- Modesto no necesitaba decir que era allá, los tres sabían que era la escuela.
- Las cabras no tienen pa que ir ahí- Dijo Everaldo, pero sin violencia ni de manera categórica, por lo que Modesto supo que podía seguir estirando la cuerda un poco más.
- La Mary no es como las otras cabras, es mi hermana.-
- Ya van en un mes de clases, no qudó fuera no más?- Intervino Domitila.
- Pero puede ir a escuchar mientras…..- Dijo Modesto despacio.
- Hum.- Dijo Everaldo. No volvió a hablar hasta que se despedió con un beso de su mujer y con una orden a su hijo.-
- Acuérdate de sacar a horearse los conejos antes de irte.
- Bueno.- Mientras lo veía salir se volvió a su madre y le dijo- La va a dejar, cierto?
- Sí. .-
Se levantó, tomó dos rebanadas de pan y las puso en una bolsa de cuero que el mismo había hecho, sacó los conejos y los colgó en cerca del fuego para que terminaran de secarse.
Reunió sus libros y sus cuadernos y echó una mirada a María que dormía aún en su cama: siempre la cuidaré, pensó.
Salió de la casa después de echarse el poncho encima y comenzó a caminar silbando una tonada, derribó una manzana con un palo desde el árbol que estaba a la salida del portón que marcaba el fin de la propiedad de su familia y se fue feliz por el camino que daba hacía el puente Arinco, donde estaba la escuela.

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lunes, septiembre 20, 2010

MODESTO II

La cerca tenía varios lugares débiles, había algunos alambres cortados y varios postes en el suelo. Los animales fácilmente podrían pasar al sembradío de lentejas, pensó Modesto, tendríamos cerdos bien gordos, pero no lentejas para el invierno. Mejor se ponía a arreglar la cerca, no tenía tiempo para cuidar que no entraran los cerdos y las ovejas, suficiente tenía ya con derribar queltehues con la escopeta de su papá a todas las mañanas antes de irse a la escuela. Las aves eran un buen alimento extra, aunque ese verano había cazado tantos que ya lo tenían medio hastiado.

Su hermanita lo miraba con atención mientras movía de un lado a otro uno de los postes medio podrido, tratando de aflojarlo. Finalmente el poste cedió, tomó el que había cortado de un árbol que crecía junto al río, agrandó un poco el hoyo que había dejado el viejo madero carcomido y puso en su lugar el nuevo. Su hermana le acercó un vaso de agua con harina tostada. Se lo tomó de un trago, se secó la frente y continuó.
Así estuvo hasta que comenzó a ponerse el sol. Al final del día miró el fruto de su trabajo y sonrío satisfecho, mientras la pequeña recogía el vaso, el jarrón de agua vacío y la bolsa con harina tostada.
Mientras reunía sus cosas, miró hacía la casa del vecino Elías y vio a éste apoyado en el pozo que estaba frente a su casa. Miraba hacía donde estaba él y su hermana. No era la primera vez que lo veía apoyado ahí, con la vista fija y desviando la mirada cuando se daba cuenta que el fuerte muchacho clavaba en el sus ojos. A Modesto no le gustaba Elías. Odiaba su amabilidad empalagosa, su cortesía que sabía fingida y no le daba buena espina el que su mujer le hiciera tanto el quite. Nunca había visto un gesto de cariño entre ellos, pero tampoco una pelea. Era común que los hombres trataran a gritos y a menudo a golpes a sus mujeres, Modesto veía esto último como una manifestación de interés de parte del marido, pero esa fría indeferencia le causaba curiosidad y al mismo tiempo repulsión.
Los vecinos tenían un solo hijo, otra cosa extraña entre gente de campo. El niño era flaco, huesudo, pero firme. De ojos pequeños y algo bizco. El muchacho se entretenía golpeando a sus perros, destrozando pequeños lagartos y cazando aves con una honda o a pedradas. Pedrito el Chanchito como le decían en la escuelita por su falta de aseo, era un ser desagradable que se lo pasaba vagando y que no perdía ocasión de aprovecharse de quien pudiera. A penas hacía caso a su madre y acostumbraba a esperar a Elías en el pozo cuando éste iba de peón.
Modesto tomó sus cosas y empujó a su hermana hacía la casa, se sentó a la orilla del fuego a esperar la cena, mientras con un pequeño cuchillo daba forma a una cuchara de madera.
Se entretenía tallando madera, la cocina estaba poblada de sus utensilios, pequeños yugos, tenedores e incluso cuencos para uso de su madre.
La vida en la casa de la loma transcurría lenta y con pocos sobresaltos; una que otra borrachera de su padre, peleas pequeñas, algunos platos volando, pero nada grave. Modesto había ido a la escuela de forma más o menos continúa y deseaba más que nada en el mundo termina al menos los cursos básicos en la escuela rural. Había aprendido tanto con el profesor Flores y quería que su hermanita también experimentara ese placer.
En esos años la niñas apenas sabían leer y Flor María no sería la excepción, a menos que él convenciera a su papá y mamá de que le confiaran a la niña. Cuando Modesto se sentaba a leer o hacer tareas en la pequeña mesa de la cocina y la niña lo miraba con atención mientras el lápiz vagaba con lentitud sobre las amarillentas hojas.
- No me gusta el Chilo Elías- Soltó Modesto de pronto.
- No le digaí así al vecino-. Lo contestó su mamá, sin levantar los ojos desde la batea donde amasaba el pan.
- El Chilo-dijo Modesto con algo de rebeldía- mira mucho pa´ca.-
- Ideas tuyas, el vecino ni siquiera nos habla.-
Modesto no volvió a hablar, pero si lo hubiera hecho, habría dicho que eso tampoco le daba buena espina, que mirara y no dijera nada lo inquietaba, no sabía muy bien por que, pero no tardaría en descubrirlo.

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