viernes, octubre 31, 2008

Adiós (segunda manera de despedirse)


La mañana era radiante, como varias desde que comenzó la primavera. No había viento frío, pero tampoco hacía demasiado calor, era por lo tanto un día ideal. La casa de Juan estaba en el centro de un suburbio como tantos otros de la gran ciudad. Era uno de esos barrios de jóvenes profesionales, con mucho matrimonios treintones e hijos de menos de 10 años. Desde la ventana Juan podía ver una plaza, donde los jóvenes padres paseaban orgullosos a sus pequeños. Él antes acostumbraba acercarse a esa ventana, tomaba un café y sonreía viendo a los chiquillos jugar. Ahora rara vez miraba por la ventana, casi siempre llegaba de noche , cansado y sin ganas de nada. El café había sido reemplazado por una copa de vino o de whisky y hace meses que se había olvidado de sonreír.


El teléfono sonó por 10 vez en el día y como siempre desde hace semanas, pero Juan no contestó y como desde hace un par de días ni siquiera lo miró. El único teléfono que contestaba era el celular, porque sabía quien llamaba y sólo le interesaba contestarle a la corredora. Vender esa casa, no quería más que eso. Miró alrededor, ya no quedaban muebles, ahora ni siquiera la cama. Era lo último que se habían llevado, no quedaba más que una botella en el suelo. La levanto, se tomó de un trago lo que quedaba y la lanzó a la basura. Tomó un bolso donde había guardado unas pocas cosas y salió de la casa. Cerró con llave y comenzó a caminar. Sin embargo no alcanzó a llegar a la esquina cuando vio a Lía en la esquina. Era lo último en la vida que quería ver, pero tampoco lo sorprendió mucho, sólo le dio una sensación de tristeza infinita. Sabía que era ella quien había estado llamando, así que era probable que un día viniese. De todas formas esa visión le espantó la incipiente borrachera que le golpeaba la cabeza.

Como era inevitable, siguió caminando hacía la esquina donde le esperaba, hasta que quedó plantado frente ella.

-Por qué no contestas mis llamadas? - Juan la miró a los ojos, abrió la boca indeciso, pero no dijo nada.-

- La verdad no sabía que decirte. Somos amigos hace años, y no tenía ganas de hacerte pasar un mal rato.


- Estás pasado a trago, pensaba que habíamos conversado de que te hace mal. No entiendo para qué te haces daño.


- Ves, esto era lo que quería evitar. Me da tristeza todo este asunto y que te pongas a llorar.


- Eres un cobarde, ni siquiera me das la cara. Me dices que me quieres y un montón de cosas y ahora te escapas como un vulgar ratero.


Suspiro un momento, trató de recordar en que contexto había dicho lo que había dicho. Parece que estaba algo triste, se había tomado un trago y había dicho cosas que no debía haber dicho. Estaba triste y de malas. Sabía que no podía comprometerse y que por ello prefería seguir solo. Que lo que le había dicho aquel tipo lo había desarmado y que más encima Pamela no aparecía. Y luego estuvo ahí Lea, con su sonrisa, Lea con su chispa y él con un poco de pimienta se había convencido de que sí, pero luego se pasó el efecto y supo que todo era un desastre de nuevo. La casa debía venderse y él debía volar al norte ante de que terminara de matarse por las noticias del imbécil aquél y por Pamela que no ayudaba, pero a la que no se sacaba de la cabeza. Y ahora estaba Lea y Lea era leal, que juego de palabras, y buena mujer. Si supiera las noticias que le habían dado y por qué Pamela se había ido para no volver.


- Pamela se fue, el imbécil del que tú no sabes me dijo algo que me obliga a irme al norte, todo es un desastre y traté de consolarme contigo tras un par de tragos. Esa es la verdad, ahora hasta yo no me soporto, así que es mejor que me odies de una y te vayas, ahora todo suena feo, pero a la larga agradecerás haberte escapado de mi.


- No a la larga, sino que ahora. Eres lo peor. Te autocompadeces y me utilizaste. Lo peor es que aún te quiero, pero tengo suficiente sesos para no quedarme contigo.


Se dio vuelta. Ahora Juan sabía que no la volvería a ver, pero quedaba tan poco, que eso tampoco importaba mucho. El imbécil, que era un médico, se lo había dicho, debía viajar lo antes posible, porque quedaba poco tiempo. Quizá alcanzara la cura y podría volver, aunque era difícil que lo lograra y que de hacerlo lo aceptaran de vuelta.

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lunes, octubre 27, 2008

Adiós (una de las maneras de despedirse)


No me acuerdo mucho de la última comida en el puerto, la verdad estaba preocupado de otras cosas, estaba nublado y parecía que iba a llover de un momento a otro. Por eso es que me daba lo mismo lo que iba a comer; me parece que finalmente fueron fideos con alguna salsa. Luego de ese almuerzo, para el que me tomé bastante tiempo, de eso si me acuerdo, me fui caminando por toda la costanera, llena de árboles y con el mar al lado. Nuevamente me quedé escuchando en una banca, la canción que me daba vueltas desde hace noches: More than this, there is nothing (más que esto, no hay nada más).


Había que tomar un respiro, para pensar en lo que tenía que decir. En realidad era algo que me tomaría poco tiempo, una vez que tomara el valor necesario. Apagué el reproductor y me quedé pensando un momento, me lavanté y seguí caminando. Sentí una pequeña punzada en el costado, no fue más que un segundo, pero me inquietó, no porque fuera gran cosa, sino porque no quería que demostrar nada al llegar el momento del adiós.

Seguí andando hasta el bar donde habíamos quedado con Laura, era al final de la Avenida del Mar, a un costado de la plaza 11 de octubre. Entré y me senté donde siempre; pedí una cerveza negra y algo de maní salado. Miré hacía la puerta por cerca de diez minutos sólo vi el vacio, hasta que apareció ella. Nunca me había dolido tanto verla, ahí en el umbral, mirándome con su eterna sonrisa, aunque hoy veía una sombra de duda en sus ojos.

Se sentó, pidió lo mismo que yo, mientras yo acababa mi cerveza de un sólo trago. Hablamos del día, de las nubes y del mar, hasta que me quedé en silencio por un minuto. No era problema de valor, sino de dolor. Sabía que era mi última vez frente a ella.

- Lo que tengo que decir es corto de decir, pero nunca me había costado tanto, no porque no sepa que es lo que tengo que hacer, sino porque después de eso, no hay nada más, nunca he pensado en un mundo sin ti. No puedo volver a verte, porque me causa un dolor no sólo del alma, sino que también en mi cuerpo. No soy un hombre completo. Como ves, hay cosas que ni el amor puede arreglar.

Por supuesto ella lloró y dijo algunas palabras obvias en estos casos. Le dije:

- Lo siento, yo pago.

Me lavanté y salí. Afuera había comenzado a llover, no traía paraguas, pero eso ya tampoco importaba mucho. Miré una vez hacía el cielo y me perdí en la oscuridad.

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