viernes, agosto 29, 2008

Por qué me fui II


De la feria a la casa de Flor hay sólo un par de pasos.

Caminé sin prisa, pensando en como reuniría mis cosas, en la nota para mamá (no creo que fuese a llorar, ella nunca lloraba), en Graciela y en un par de amigos. No pensé en Flor, ella siempre había sido buena vecina y Daniel siempre ha sido un buen tipo, por eso no me preocupaba. Aunque a veces me sentía incomodo con ella.

Cuando comencé a ir a su casa (Daniel, el marido, era compañero de la nocturna), hablé con ella, realmente lo hice. Le pregunté como estaba, que había hecho en el día y en que pensaba de esto o de aquello. Ella me miraba con un extraño brillo en los ojos como si estuviese a punto de llorar. Después de dos o tres diálogos parecidos, opté por no ir a su casa, a menos que estuviese Daniel.

Respecto a Graciela, pensé en ella mucho más que en nadie. Por aquel tiempo estaba enamorado, de hecho, era lo único que me había hecho dudar sobre irme. Pero ese día había considerado que debía buscar mejor suerte: "Volveré por ella, cuando sea otro. Cuando ella se sienta orgullosa de mi". Lo pensé de verdad, o al menos eso creía. Obviamente jamás volví, a estas alturas ya no tiene sentido preguntarme si le mentí cuando hice esa promesa o bien cambie tanto en el camino que en realidad cumplir mi palabra ya no tenía objeto. No dudo que era una buena mujer, hubiéramos sido felices juntos. Ella debe ser una buena esposa, no lo dudo, de hecho mamá me lo confirmó.

Volviendo a ese día, entré a casa de Flor, el pescado estaba listo y estaba acompañado de la forma que más me gusta, con ensalada de tomate. Flor agregó también varias rebanadas de pan amasado. Me senté a la mesa, di las gracias educadamente y comencé a comer. Tenía más hambre que nunca, así que casi no hablé mientras comía. La miré de reojo, parecía estar contenta.

-Muchas gracias, le quedó muy rico todo.

-¿Por qué me tratas de ud.? ¿Tan vieja soy?

-No, es que me parece lo más correcto. Pero no se preocupe por eso, no tendrá que enojarse más, porque hoy me voy para el norte.

Ella me quedó mirando un segundo y luego se giro hacía el lavaplatos.

-¿Por qué te vas?- Me pregunto dándome la espalda-.

-Ud. sabe, acá no hay mucho más que pueda hacer. Le agradezco por todo, se han portado muy bien conmigo. Salude a Daniel, no creo que alcance a despedirme de él. Ha sido un gran amigo y es un muy buen hombre.

- Bueno. Lo saludaré. Tú, ¿me vendrás a ver? ¿Me echaras de menos?

-Sí, los echaré mucho de menos.

-Si claro, nos echaras de menos. Lleva un pan para el viaje.

-Gracias, espero no haber molestado. Adiós.

No supe nada más de ella y su marido. Pero supongo que ya me olvidó. Siempre todo se olvida.

Subí hasta mi casa. Tomé un bolso no muy grande, guardé mis cosas, no muchas, pero si me llevé los libros verdes, me había costado mucho juntarlos, así que no los iba a abandonar. Escribí la nota para mamá, tomé el bolso y salí de la casa.

Bajé donde Graciela, hablamos, prometimos, creímos y lloramos. Luego me fui al terminal y de eso han pasado diez años.

Hoy volví a mirar el mar donde crecí y la playa donde trabajé por tantos años. Evoqué recuerdos, amigos y a Graciela. En un segundo se me inundaron los ojos de lágrimas. Pero cuando reflexioné, descubrí que era la sensibilidad de mi actual pérdida y en la pena que ahora siento no tenía mucho que ver con recuerdos del pasado. Flor, Graciela, Daniel, la feria y la playa eran parte de un nebuloso ayer, no son más que recuerdos, no hay un solo sentimiento vivo de aquéllos días. Eso me puso un poco triste. Pero también me dio cierto alivio el saber que la decepción que me llevó a este inútil viaje de rencuentros moriría, al cabo de un tiempo olvidaría todo. El dolor de hoy, sería archivado junto a otras tantas viejas fotos.

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jueves, agosto 21, 2008

Por qué me fui I

Caminaba por la costanera y miraba como volaban las gaviotas sobre el agua. Era un día gris, las nubes gruesas amenazaban con terminar mi paseo en cualquier momento, pero no iba a apurar mi visita a la playa por un detalle como ese. Había comido bien, en un restaurante agradable que conocí en otra época. Me quedé mirando la arena, estaba bastante limpia para ser invierno, no se veían las tradicionales bolsas volando por el viento, ni la basura desparramada por todos lados.
Generalmente en playas turísticas en etapa no estival, no limpian demasiado. Extrañamente había un pequeño carrito que vendía pan amasado y café. Pedí uno bien cargado y busqué una banco para disfrutar del momento. Hace tanto tiempo que no estaba frente a ese mar, que no sentía el sabor de la sal en mi boca y que no miraba la isla que se dibujaba en el horizonte, que sentí como se me inundaban los ojos, pero me resistí a llorar. El café mezclado con la melancolía, tuvo un sabor amargo, eran muchos los recuerdos que se me venían a la cabeza y no sabía por donde empezar. El último invierno en el que estuve en esa playa, trabajaba vendiendo pescado que traía Miguel en su bote, lo sacaba en un canasto y lo llevaba a un mostrador, donde con una habilidad ya perdida, limpiaba congrios, merluzas y pejerreyes. Vendía rápidamente lo que compraba a Miguelito, aseaba mi puesto, cargaba la tarima y la guardaba en la bodega de don Germán, que tenía una casa cerca de la playa. Guardaba un par de pescados, los ponía en una bolsa y me iba a casa de Flor.

Subía el cerro rápido, pero una vez que llegaba a la casa, me quedaba dando vueltas ante la puerta. Me daba vergüenza pedir que me ayudaran a cocinar, porque en la casa no había nadie. Talvez podría hacer fuego en la casa y hacer de comer allá, pero comer solo me daba pena. Al final siempre entraba y me quedaba pegado en el dintel de la puerta de la cocina, con mis ojos fijos en mis zapatos. Florcita me sentía llegar, se giraba y mientras se reía, alargaba su brazo, como señal de que le pasara la bolsa.
- Hágame dos no más, los otros dos son para ud. y su marido- Decía yo.
- ¿Tu mamá no ha vuelto del campo? Mirando hacía el fuego, tratando de ser inexpresivo contestaba- Supongo que llega mañana, para ir a la feria el viernes-.
-Ah. Bueno siéntate a descansar mientras te frío los pescados.
- No se preocupe, voy a la feria, antes que la levanten.
-Bueno, anda no más.
Salí caminé un par de calles y encontré el puesto que buscaba. Eran libros, esos verdes, la Historia Universal de Carl Grimberg, los que a mi me gustaban. Todas las semanas compraba al menos un tomo. Esa semana compré el tomo 30, me senté en la vereda, me compre un café y me puse a leer un rato. Algunos me miraban con cara rara, otros me saludaban, porque me conocían de la playa.
Me dolían un poco las rodillas y las manos se me partían con el frío. Me miré la yema de los dedos y suspiré recordando lo que tenía que hacer: Limpiar la casa, pagarle a Miguel, pagar lo fiado donde "la Pulpa" y después me tenía que ir a la escuela nocturna.
En ese momento supe que tenía que irme de esa ciudad.

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