jueves, agosto 21, 2008

Por qué me fui I

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Caminaba por la costanera y miraba como volaban las gaviotas sobre el agua. Era un día gris, las nubes gruesas amenazaban con terminar mi paseo en cualquier momento, pero no iba a apurar mi visita a la playa por un detalle como ese. Había comido bien, en un restaurante agradable que conocí en otra época. Me quedé mirando la arena, estaba bastante limpia para ser invierno, no se veían las tradicionales bolsas volando por el viento, ni la basura desparramada por todos lados.
Generalmente en playas turísticas en etapa no estival, no limpian demasiado. Extrañamente había un pequeño carrito que vendía pan amasado y café. Pedí uno bien cargado y busqué una banco para disfrutar del momento. Hace tanto tiempo que no estaba frente a ese mar, que no sentía el sabor de la sal en mi boca y que no miraba la isla que se dibujaba en el horizonte, que sentí como se me inundaban los ojos, pero me resistí a llorar. El café mezclado con la melancolía, tuvo un sabor amargo, eran muchos los recuerdos que se me venían a la cabeza y no sabía por donde empezar. El último invierno en el que estuve en esa playa, trabajaba vendiendo pescado que traía Miguel en su bote, lo sacaba en un canasto y lo llevaba a un mostrador, donde con una habilidad ya perdida, limpiaba congrios, merluzas y pejerreyes. Vendía rápidamente lo que compraba a Miguelito, aseaba mi puesto, cargaba la tarima y la guardaba en la bodega de don Germán, que tenía una casa cerca de la playa. Guardaba un par de pescados, los ponía en una bolsa y me iba a casa de Flor.

Subía el cerro rápido, pero una vez que llegaba a la casa, me quedaba dando vueltas ante la puerta. Me daba vergüenza pedir que me ayudaran a cocinar, porque en la casa no había nadie. Talvez podría hacer fuego en la casa y hacer de comer allá, pero comer solo me daba pena. Al final siempre entraba y me quedaba pegado en el dintel de la puerta de la cocina, con mis ojos fijos en mis zapatos. Florcita me sentía llegar, se giraba y mientras se reía, alargaba su brazo, como señal de que le pasara la bolsa.
- Hágame dos no más, los otros dos son para ud. y su marido- Decía yo.
- ¿Tu mamá no ha vuelto del campo? Mirando hacía el fuego, tratando de ser inexpresivo contestaba- Supongo que llega mañana, para ir a la feria el viernes-.
-Ah. Bueno siéntate a descansar mientras te frío los pescados.
- No se preocupe, voy a la feria, antes que la levanten.
-Bueno, anda no más.
Salí caminé un par de calles y encontré el puesto que buscaba. Eran libros, esos verdes, la Historia Universal de Carl Grimberg, los que a mi me gustaban. Todas las semanas compraba al menos un tomo. Esa semana compré el tomo 30, me senté en la vereda, me compre un café y me puse a leer un rato. Algunos me miraban con cara rara, otros me saludaban, porque me conocían de la playa.
Me dolían un poco las rodillas y las manos se me partían con el frío. Me miré la yema de los dedos y suspiré recordando lo que tenía que hacer: Limpiar la casa, pagarle a Miguel, pagar lo fiado donde "la Pulpa" y después me tenía que ir a la escuela nocturna.
En ese momento supe que tenía que irme de esa ciudad.

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