Pasaba cerca de la casa amarilla, una que estaba en la subida del cerro, frente al mar. Esa casa era de dos pisos y el piso de arriba tenía tres ventanas. En la última ventana de izquierda a derecha en las tardes se escuchaba un piano. Yo me quedaba mirando hacia arriba, la melodía era una de esas de Chopin y combinaba bien con la tarde de verano. En esos instantes, sentía que me podía quedar un rato sentado en la bereda y se me calmaba algo el dolor de mi pierna. Así era, me aliviaba mejor que una dosis de morfina.La música paró de repente, vi como tímidamente una silueta se asomaba fugazmente por un costado de la ventana, sólo alcancé a ver un mechón de pelo rojo y unos ojos que brillaron con la luz del foco del alumbrado público que daba junto a su ventana. No vi nada más, ni rostro, ni silueta.
Eso era todo por hoy, así que me paré y giré la llave de la puerta de mi casa y entré. Miré los sillones vacíos y la casa llena de polvo. Prendí la cocina y calenté café. Me senté un rato frente a la ventana para ver si se veía el mechón rojo en la ventana de la casa verde, pero no vi nada. Apuré el último trago de la taza y me fui a dormir. Soñé, como no lo hacía hace meses. Vi una playa larga y me vi corriendo por la orilla del mar y luego me sentaba y veía una silueta dibujada contra el sol del atardecer, no veía el rostro, sólo unos ojos claros y un mechón de pelo rojo. En eso me acerqué y me hice una visera con mi mano y alcanzaba a atisbar una sonrisa, pero de repente sentía un pinchazo en mi pierna, bajaba la vista instintivamente y al levantarla, ya no había nada.
Me desperté, eran ya las 6:00 am y debía partir, me esperaba una larga jornada haciendo clases en un liceo de la ciudad.
Estuve toda la mañana con el dolor de la pierna, pero lo único que me daba fuerzas para el día era que llegaría a casa, me sentaría en la bereda y escucharía el sonido del piano. Al fin salí del trabajo y partí a casa. Sin embargo cuando llegué la ventana del segundo piso, la última de izquierda a derecha, estaba cerrada y la cortina ocultaba su interior.
Pasaron los días y no veía a nadie en la casa verde, sólo de vez en cuando a un hombre de barba gris que se paseaba inquieto en él comedor de la planta baja.
Mi dolor era ya insoportable y sólo dormía después de tomar media botella de whisky. El trabajo se me hacía imposible y pasaba noches enteras en la ventana, mirando la casa vecina, mientras caía la lluvia y comenzaba el frío.
Lo último que recuerdo, fue cuando el tipo de barba gris corría las cortinas y ponía un cartel que decía "Se vende esta propiedad". Mi pierna me dolía más que nunca, mientras el dueño de la casa verde bajaba por el camino hacía el centro, protegido por un paraguas. Yo salí a la calle, miré hacía la playa y supe que debía hacer. Caminé hacia el muelle, el que estaba cerca de los roqueríos, me apollé en el borde, mientras la lluvia caía y el viento rugía. En las olas, navegué al fin sin dolor, mientras me destrozaba contra las rocas.
Eso era todo por hoy, así que me paré y giré la llave de la puerta de mi casa y entré. Miré los sillones vacíos y la casa llena de polvo. Prendí la cocina y calenté café. Me senté un rato frente a la ventana para ver si se veía el mechón rojo en la ventana de la casa verde, pero no vi nada. Apuré el último trago de la taza y me fui a dormir. Soñé, como no lo hacía hace meses. Vi una playa larga y me vi corriendo por la orilla del mar y luego me sentaba y veía una silueta dibujada contra el sol del atardecer, no veía el rostro, sólo unos ojos claros y un mechón de pelo rojo. En eso me acerqué y me hice una visera con mi mano y alcanzaba a atisbar una sonrisa, pero de repente sentía un pinchazo en mi pierna, bajaba la vista instintivamente y al levantarla, ya no había nada.
Me desperté, eran ya las 6:00 am y debía partir, me esperaba una larga jornada haciendo clases en un liceo de la ciudad.
Estuve toda la mañana con el dolor de la pierna, pero lo único que me daba fuerzas para el día era que llegaría a casa, me sentaría en la bereda y escucharía el sonido del piano. Al fin salí del trabajo y partí a casa. Sin embargo cuando llegué la ventana del segundo piso, la última de izquierda a derecha, estaba cerrada y la cortina ocultaba su interior.
Pasaron los días y no veía a nadie en la casa verde, sólo de vez en cuando a un hombre de barba gris que se paseaba inquieto en él comedor de la planta baja.
Mi dolor era ya insoportable y sólo dormía después de tomar media botella de whisky. El trabajo se me hacía imposible y pasaba noches enteras en la ventana, mirando la casa vecina, mientras caía la lluvia y comenzaba el frío.
Lo último que recuerdo, fue cuando el tipo de barba gris corría las cortinas y ponía un cartel que decía "Se vende esta propiedad". Mi pierna me dolía más que nunca, mientras el dueño de la casa verde bajaba por el camino hacía el centro, protegido por un paraguas. Yo salí a la calle, miré hacía la playa y supe que debía hacer. Caminé hacia el muelle, el que estaba cerca de los roqueríos, me apollé en el borde, mientras la lluvia caía y el viento rugía. En las olas, navegué al fin sin dolor, mientras me destrozaba contra las rocas.
2 comentarios:
Que linda historia...definitivamente tienes el don literario. Me gusto mucho tu blog y me gusto mucho saber de ti despues de tanto tiempo... Muchos cariños desde el "sure" ,a ver si te tomas unas vacaciones de repente... aca de verdad la luna se baña en el rio y eso si que es para inspirarse... si es no te mueres de frio antes por la lluvia...
Produce una indescriptible sensación de soledad y tristeza, como algo que queda dando vueltas en el interior. Sin embargo, es bello.
Pau
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