jueves, mayo 29, 2008

Ojos sin rostro


Pasaba cerca de la casa amarilla, una que estaba en la subida del cerro, frente al mar. Esa casa era de dos pisos y el piso de arriba tenía tres ventanas. En la última ventana de izquierda a derecha en las tardes se escuchaba un piano. Yo me quedaba mirando hacia arriba, la melodía era una de esas de Chopin y combinaba bien con la tarde de verano. En esos instantes, sentía que me podía quedar un rato sentado en la bereda y se me calmaba algo el dolor de mi pierna. Así era, me aliviaba mejor que una dosis de morfina.La música paró de repente, vi como tímidamente una silueta se asomaba fugazmente por un costado de la ventana, sólo alcancé a ver un mechón de pelo rojo y unos ojos que brillaron con la luz del foco del alumbrado público que daba junto a su ventana. No vi nada más, ni rostro, ni silueta.

Eso era todo por hoy, así que me paré y giré la llave de la puerta de mi casa y entré. Miré los sillones vacíos y la casa llena de polvo. Prendí la cocina y calenté café. Me senté un rato frente a la ventana para ver si se veía el mechón rojo en la ventana de la casa verde, pero no vi nada. Apuré el último trago de la taza y me fui a dormir. Soñé, como no lo hacía hace meses. Vi una playa larga y me vi corriendo por la orilla del mar y luego me sentaba y veía una silueta dibujada contra el sol del atardecer, no veía el rostro, sólo unos ojos claros y un mechón de pelo rojo. En eso me acerqué y me hice una visera con mi mano y alcanzaba a atisbar una sonrisa, pero de repente sentía un pinchazo en mi pierna, bajaba la vista instintivamente y al levantarla, ya no había nada.

Me desperté, eran ya las 6:00 am y debía partir, me esperaba una larga jornada haciendo clases en un liceo de la ciudad.

Estuve toda la mañana con el dolor de la pierna, pero lo único que me daba fuerzas para el día era que llegaría a casa, me sentaría en la bereda y escucharía el sonido del piano. Al fin salí del trabajo y partí a casa. Sin embargo cuando llegué la ventana del segundo piso, la última de izquierda a derecha, estaba cerrada y la cortina ocultaba su interior.

Pasaron los días y no veía a nadie en la casa verde, sólo de vez en cuando a un hombre de barba gris que se paseaba inquieto en él comedor de la planta baja.

Mi dolor era ya insoportable y sólo dormía después de tomar media botella de whisky. El trabajo se me hacía imposible y pasaba noches enteras en la ventana, mirando la casa vecina, mientras caía la lluvia y comenzaba el frío.

Lo último que recuerdo, fue cuando el tipo de barba gris corría las cortinas y ponía un cartel que decía "Se vende esta propiedad". Mi pierna me dolía más que nunca, mientras el dueño de la casa verde bajaba por el camino hacía el centro, protegido por un paraguas. Yo salí a la calle, miré hacía la playa y supe que debía hacer. Caminé hacia el muelle, el que estaba cerca de los roqueríos, me apollé en el borde, mientras la lluvia caía y el viento rugía. En las olas, navegué al fin sin dolor, mientras me destrozaba contra las rocas.


Read More...

jueves, mayo 15, 2008

Campamentos



Algo me ha resultado difícil en mi vida en Santiago es la nula oportunidad de salir de campamento que existe en esta ciudad. No sé si será por la gente con la que me junto, que es más bien cómoda y citadina o si es porque no es una costumbre arraigada, el caso es que nunca en estos diez años he acampado con gente de Santiago. Es más las pocas veces que lo he vuelto a hacer (tres, si no me falla la memoria) lo he hecho con amigos de Coronel (dos veces) y con mi familia (una vez).

La última vez que fuimos de campamento fue para el fin de año del 2006, con mi familia. Fue bastante corto el asunto sí, ya que sólo estuvimos una noche en un camping frente a Playa Blanca, a medio camino entre Coronel y Lota. Aun así fue una noche agradable. Un asado, tragos varios y un corderito al palo de desayuno. Como para repetirlo.

Sin embargo el mejor momento en campamento que viví fue en el lago Maihue, en la hoy Región de Valdivia.

El asunto fue más o menos así: Con un grupo de 6 amigos de Coronel partimos desde Concepción y viajamos en bus hasta Valdivia. Allí tomamos una micro hacia el interior, específicamente hasta Futrono, que es un pueblo pequeño pero muy bonito a unos 50 kilometros de Valdivia. La idea era llegar a una localidad aún más pequeña, en la que uno de los viajeros había reservado un sitio a la orilla de un río. El lugar se llama Lliffen, ahí llegamos la tarde de un lunes, armamos el campamento y lo que vino luego fue...esperar que pasara la lluvia que caía como si despedazaran el cielo. Por tres días no quedamos mirando el cielo, saliendo lo justo desde la carpa y vigilando las nubes comentando las posibilidades de que por fin el cielo diera una tregua.

Los pocos ratos en que en esos tres días no llovió, fuimos a pescar a un lago que estaba a unos 10 minutos de camino, obviamente sin pescar nada, o bien escuchando como a lo lejos caía una cascada a cerca de 20 kilómetros de nuestro campamento. El silencio era impresionante y permitía un lujo como ese.

La cosa a pesar del bello paisaje pintaba para un desastre, ya que la lluvia no dejaba de caer. Así que al tercer día quien aparecía como el líder de la expedición nos propuso dos opciones:

1.- En vista del estado del tiempo nos devolviésemos con la cola entre las piernas a Coronel.

2.- Arrendáramos un furgón y subíamos más hacia la cordillera, a un lago llamado Maihue, con la esperanza de que el tiempo mejorara.

El valiente grupo, incluido yo, se decidió por la segunda opción. Fue así que levantamos el campamento, en medio de una lluvia algo más suave, cargamos nuestras cosas en un furgón medio destartalado que nos llevaría hacía nuestro nuevo destino. El cacharro no daba confianza, pero bueno, son las reglas de la aventura.

Lo que vi en el trayecto de Lliffen a Maihue hizo que valiera la pena todo el viaje. El camino hacía la precordillera estaba lleno de paredes rocosas casi verticales y gracias al agua que caía se habían formado unas cascadas que bajaban por esas paredes y que sólo durarían mientras cayera la lluvia. Mientras ascendíamos, el camino se salpicaba por columnas de agua en medio de un verde sobrecogedor.

Mientras viajábamos el chófer nos contaba de sus aventuras por la región. Alguien, no sé por qué, preguntó si en esa región abundaban los jabalíes.

-Sí- Dijo nuestro chófer y guía- Pero en esta época no bajan al lado del camino, porque como es verano se arrancan del ruido.

- Como los cazan?

- Lo más seguro es usar huachis (trampas de alambres), porque si no le apuntas bien con una escopeta se te van encima y son muy peligrosos. Tienen la cabeza tan dura, que las balas les rebotan.

Seguimos subiendo hacía el lago Maihue hasta que llegamos cerca de unos 20 kilómetros de la frontrera con Argentina y ahí rodeado de cerros, en el fondo de un valle, estaba el lago. La vista era sencillamente increíble, hacía el fondo dos montañas nevadas, unas cuantas casas desparramadas en los alrededores del lago.

Montamos las carpas y mientras seguía lloviendo, buscamos leña relativamente seca para tratar de encender una fogata. La lluvía era suave, pero si caía constantemente. Uno de mis amigos miraba escépticamente como nuestro "líder" con una paciencia a toda prueba soplaba y soplaba la leña medio húmeda, agregando trocitos de papel y pasto o corteza de árbol medio seca para encender el fuego. Así por casi una hora, hasta que ocurrió el milagro!!! Una gran hoguera se encendió y nosotros protegidos por el calor y unos árboles más o menos cercanos que impedían que lo peor de la lluvia nos mojara al fin sonreímos contentos.

Comenzó a caer la noche mientras tomábamos café y al fin cesó el aguacero. A la orilla del lago con un cielo estrellado hasta decir basta, tres de nosotros nos reunimos alrededor de una radio, con un tazón de sopa, escuchando en una emisora AM un partido de fútbol. Fui muy feliz en ese momento con el abrigo del fuego y el brillo de un millón de estrellas reflejadas en las cristalinas aguas del Maihue y la compañía de dos buenos amigos.

Al otro día compramos varios kilos de carne a unos lugareños que había faenado un vacuno ese mismo día. Mientras la carne se salaba y reposaba, nos fuimos a la orilla del lago a pescar y sacamos dos truchas que hicimos al palo. Luego vino el asado y la siesta bajo los árboles.

Al otro día partimos, yo no quería irme y pensaba en seguir en viaje por una semana más hacía el sur, eso hasta que me senté en el bus hacía Valdivia, ahí con el relajó me vinieron dolores por todo el cuerpo y supe que debía volver a casa.

Read More...