Dejamos a Juan Prado en la puerta del Servicio de Registro Civil, casado, por primera vez a los 44 años de edad y con su séptimo hijo en brazos.
En ese momento, Juan tenía a lo menos tres propiedades, dos de las cuales no se sabe exactamente como las había adquirido, la otra, que es la tradicional casa del 401, de la Calle San Alberto, Cerro Obligado, Comuna de Coronel. Esta casa la adquirió simplemente ocupando el terreno. El contaba que encontró un montón de desechos mineros en la intersección de los caminos (en ese entonces era imposible hablar de calles)que subía por el cerro y que con el tiempo serían las calles principales de la población y simplemente emparejó el suelo y construyó una casa encima, además en un pedazo de tabla escribió el primer número que se le ocurrió y que fue 401 y con ese número quedó hasta el día de hoy. Con el tiempo regularizó la situación y esa sería la casa que recuerdo de mi niñez.
Como ya relaté antes, allí conoció a Irene, luego dejó esa casa por mucho tiempo, estuvo en Chillán un par de años (tal como lo conté), luego frente a una Iglesia, en la casa de mi abuelo Rodolfo(la "Corporación", la iglesia más importante que jamás haya tenido Coronel), luego estuvieron en una población llamada "Aroldo Figueroa", cercana a la caleta "Lo Rojas", luego volvieron al cerro, pero no a nuestra casa del 401, sino a una que quedaba una cuadra más arriba, creo que viviendo allí nací yo, en 1975.
Como se ve la estabilidad no era una característica de Juan, por ello no resulta sorprendente, que una vez que se instaló en la casa de San Alberto 401, quizá por el cansancio, tal vez para creer que había cambiado, decidió contra todo lo que pasara en el futuro quedarse para siempre en ese lugar, y así lo hizo, hasta que la enfermedad lo obligó a acudir al hospital y a pasar sus últimos días en casa de hijo Juan. Varias veces se le propuso salir de allí, pero siempre se negó.
Juan Prado comenzó a tener una segunda serie de hijos, esta vez todos serían hombres. Primero el ya mencionado Juan Bautista en 1969, luego Marco Antonio (1970), Nelson Omar (1973) y por último Marcelo Alfonso (1975). Una de las cosas que se le debe reconocer a la pareja es su tino para escoger nombres, le debemos no llamarnos Saturnino o Byron, lo que se agrádese.
La vida fue transcurriendo en el hogar de los Prado Salazar, y también en la casa de la madrina de todos nosotros Rosa Noa Rivera, a quien la pareja conoció de su época de vivir frente a la iglesia "Corporación" y que se transformó en nuestra madrina (de todos menos de Juan, pero para él igual era su madrina, ya que la madrina verdadera era la hermana de mi mamá, Carmen, uno de los peores seres humanos que he conocido, así que no lo culpo). La casa de mi madrina estaba cerca de la playa, así que allí pasábamos largas temporadas.
Juan Prado se dedicó siempre a su negocio, el que estaba instalado en la parte de nuestra casa que daba a la esquina, esa fue su vida los 30 últimos años de su vida, su vida y su vicio, por el que lo sacrifico todo. Nada fue tan importante como su negocio, al que se nos estaba prohibida la entrada.
En cuanto a Irene, ella tenía otra vida, trabajar fuera de casa. Ella siempre trabajo vendiendo en los lugares aislados, en el campo, en una reservación indígena y en la feria de Curanilahue, por lo que se pasaba 3 días a la semana o más fuera de casa, así que quienes de verdad nos criaron fueron mi papá, mi madrina y Elita, que era una especie de nana que vivió muchos años con nosotros.
Juan Prado nos hizo la infancia difícil, y quizá no sea el caso entrar en esos detalles, que por lo demás hoy se han vuelto especialmente dolorosos.
Sin embargo, sí tengo algunos buenos recuerdos de él, en especial cuando íbamos al estadio a ver a Lota Schwager, recuerdo que comiendo un sándwich de queso y un café que él llevaba en un termo, pasé los mejores momentos de mi niñez.
Al terminar de contar esta historia, se me hace necesario resumir y decir que Juan Prado fue un hombre de su tiempo, con una niñez dura, seguramente dañado para siempre, que nos dejó algunas lecciones de lo que debemos hacer y otras acerca de errores que no debemos cometer.
En pocos días más venderemos la casa del 401 de San Alberto, quizá sea el último vestigio de los dolores pasados que desaparecen y la oportunidad para ver un futuro diferente.
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