Los abogados no gozamos de muy buena fama, eso es algo evidente. Ante esto, cabe preguntarse ¿Por qué no nos quieren?
Una de las explicaciones puede ser las motivaciones de quienes estudian. Cuando decidí estudiar esta carrera, no lo hice por vocación y al poco andar me percaté de que la mayoría tampoco, la falta de vocación podría en algo explicar la mala praxis. Sabido es que quien ama lo que hace, lo hace lo mejor posible, y si en este trabajo eso no ocurre, no es sorpresa encontrar gente descontenta. Afortunadamente hoy para mi las cosas son distintas, ya que me gusta mucho lo que hago.
Abogado y mentiroso se han hecho de alguna manera sinónimos. También es común que se no asocie con malas causas, con defender lo indefendible, con corrupción, con hacer que cualquier cosa, con el argumento adecuado, sea posible. Las malas prácticas por supuesto que no ayudan mucho, pero (y quizá es repetitivo decirlo) éstas no son ajenas a ninguna carrera.
La necesidad de contar con una contraparte para balancear la sociedad, nos conecta casi siempre con la idea de que el derecho no es más que un conjunto de batallas verbales inútiles, que no tienen mucho que ver con la justicia.
Creo que sería necio decir que estos argumentos son enteramente equivocados, ya que reflejan de manera quizá caricaturesca nuestras peores fallas. Es muy difícil convivir con lo peor de la sociedad y esa es la tarea a la que el abogado se enfrenta a diario.
En lo penal, frenar el instinto de venganza natural, tratar de buscar, en lo posible, la verdad, entre la maraña de mentiras que rodean la generalidad de los crímenes, y finalmente, a la hora de enjuiciar, procurar que la sociedad no descargue el total de sus traumas sobre un sólo individuo, sino el castigo sea lo más aproximado a lo justo, son tareas muy complejas. ¿Cómo medir la repuesta adecuada que una sociedad debe aplicar a cualquier clase de desvío de las reglas de convivencia?, ¿A quienes se debe excepcionar de las reglas?, ¿Quienes merecen un trato más duro?, todas son preguntas que no tienen respuesta unánime, sino ciertos criterios, que a menudo (hay que ser honestos), son bastante arbitrarios. Sumado a que se procura aplicar, dentro de lo posible, la razón, a materias en que los participantes (y con toda lógica) sólo ven sus emociones.
Tratar de lograr esto y además, respetando las garantías que requiere un ser humano, enfrentado siempre a lo peor de él, es una dura tarea. Esta es la perpetua lucha en busca de un precario e insatisfactorio balance.
Como dije antes, seria ciego no ver que muchas de las críticas que se nos hacen son grandes verdades. Esto debe movernos a trabajar durísimo para que, seamos un poco más respetados. Es un desafío gigantesco, tratar de que no se nos estigmatice.
Quizá esta despiadada crítica de Jonathan Swift nos ayude a ver mejor el lado oscuro de nosotros mismos. Esto responde Gulliver ante la consulta hecha por un sabio caballo con quien se topa en uno de sus viajes, acerca de quienes administran la ley en nuestra sociedad:
Díjele que entre nosotros existía una sociedad de hombres educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas al efecto que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga. «El resto de las gentes son esclavas de esta sociedad. Por ejemplo: si mi vecino quiere mi vaca, asalaria un abogado que pruebe que debe quitarme la vaca. Entonces yo tengo que asalariar otro para que defienda mi derecho, pues va contra todas las reglas de la ley que se permita a nadie hablar por si mismo. Ahora bien; en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, tengo dos desventajas. La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde su cuna en defender la falsedad, cuando quiere abogar por la justicia -oficio que no le es natural- lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y le aborrecerán sus colegas, como a quien degrada el ejercicio de la ley. No tengo, pues, sino dos medios para defender mi vaca. El primero es ganarme al abogado de mi adversario con un estipendio doble, que le haga traicionar a su cliente insinuando que la justicia está de su parte. El segundo procedimiento es que mi abogado dé a mi causa tanta apariencia de injusticia como le sea posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi adversario; y esto, si se hace diestramente, conquistará sin duda, el favor del tribunal. Ahora debe saber su señoría que estos jueces son las personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para entender en todas las acusaciones contra criminales, y que se los saca de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y de la equidad, es para ellos tan necesario favorecer el fraude, el perjurio y la vejación, que yo he sabido de varios que prefirieron rechazar un pingüe soborno de la parte a que asistía la justicia a injuriar a
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